lunes, 18 de marzo de 2019

IN MEMORIAM


Goodbye Kitty, Sincopada y Salamandra
Hace ya unos años abrimos este blog para, entre otras cosas, tener un espacio íntimo y privado que fuera solamente nuestro, un refugio másqueperro. Un lugar donde reencontrarnos en la distancia en la que todas vivíamos. Para reír juntas, para llorar juntas, para ponernos cachondas juntas que no revueltas –porqué no- y para volcar experiencias vividas o soñadas. Un diario de nuestras juergas y un homenaje a nuestra amistad de tantos años. Nuestras almas por escrito colocadas en una anónima ventana común, por la que tantas personas se han asomado durante todo este tiempo. Benditas seáis todas.

Todo se nos había complicado últimamente y no disponíamos del tiempo, de la energía o de la inspiración para escribir. Pero en el fondo, siempre permaneció en nosotras la voluntad de volver a recuperar el blog algún día. Aunque ya no se lean blogs. Aunque los seguidores que tuvimos se hubieran cansado de esperar. Aunque hubiera pasado el tiempo. Esto siempre fue más por nosotras que por tener lectores, siempre lo tuvimos claro.

Y es por eso, queridísima Kitty, que hoy tenemos que despedirnos. Adiós al blog y adiós a ti. Hoy, el día en que hubieras cumplido los 50 y nos hubiéramos pegado otra de nuestras proverbiales farras para celebrarlo, Sincopada, Salamandra y el resto de esporádicas “also starring” que colaboraron, acordamos cerrar Másqueperras desde este momento y para siempre. Sin ti, nada de esto tiene sentido. La vida ya, de hecho, no es la misma que había sido.

No queremos llorar más, pero esto está siendo duro. Es imposible hacerse a la idea y nos lamentamos recordando la gran amiga que fuíste y el vacío que has dejado en  nosotros, maldita cabrona. Te fuiste así, como eras tú, ejecutiva y discreta, sin artificios, sin dramas y sin darnos el tiempo a todos los que te queríamos, para asimilar esta putada. Goodbye Kitty se fue de este mundo sin darnos margen de reacción: haciendo honor a su alias, un día se quejó de dolor de cabeza y en menos de una semana, se marcó un elegante mutis por el foro y hasta otro ratito, os espero en el otro lado, amigas.

Hoy es tu cumpleaños y aunque estamos devastadas, queremos alzar nuestras copas para celebrarlo y brindar por ti. Por lo aguda, inteligente, generosa y gran amiga que eras cuando querías a alguien. Y por lo mala pécora y vitriólica que podías llegar a ser cuando alguien no te entraba por el ojo, cosa que al resto nos divertía muchísimo. Porque nos abrazaste siempre en los momentos duros, aunque huías siempre que podías de las muestras de afecto. Porque querías a nuestras hijas como si fueran tuyas, aunque decías que la maternidad no era para tí. Porque no mentías nunca aunque exagerabas siempre. Porque eras intensa en todo lo que te movía por dentro, con firmes convicciones y un sentido de la justicia implacable, aunque también eras capaz de beber como una cosaca, desgañitarte y bailar hasta quedar exhausta o dejar para el arrastre al amante de turno después de una nochecita contigo. Y porque después nos lo explicabas todo con pelos y señales y las risas podían oírse hasta en el otro lado del muro.

Nos dejas con la sensación de que ha sido demasiado poco, demasiado pronto y demasiado injusto. Que nos quedaban muchas aventuras para vivir juntas todavía. Aunque todo lo vivido haya sido excepcional, mágico, intenso y repleto de amor.

Y nada consuela ahora, ni saber que viviste plenamente tu vida, pero las calles de Bilbao, que ya no serán las mismas sin ti, dan fe de que nuestra última puta locura bilbaína este verano juntas fue épica, como a ti te gustaba, repleta de callejeos y bares y más bares y subidas y bajadas a la habitación de nuestro hotel para empolvarnos las narices entre risas y borrachas perdidas ... lo dimos todo en ese Bilbao. Como a ti te gustaba, como nos gusta a todas. Volveremos allí para ti, y no te defraudaremos, amiga, tenlo por seguro.

Cabrona, hija de la gran perra, no sabemos cómo hacer ésto. No estábamos preparadas, sin embargo tú te despediste tranquila y sin aspavientos. "A veces la vida no vale tanto la pena", dijiste pocas horas antes de morir... ¡¡la madre que te parió, de dónde sacabas tanta cordura??!!.

El dolor no se mitiga con el paso de los días, pero se hace más soportable, solo a ratos. 

Cuánto te queremos, cuánto te vamos a querer siempre, cómo te echamos de menos, cómo es posible que ya no estés.

Sin ti este blog ya no tiene sentido, es hora de decirle adiós. A ti solo...hasta pronto.

Sigues aquí, seguirás siempre. Nunca habrá olvido ni dejaremos de quererte.

Muchísimas gracias a todos y todas cuantos nos habéis acompañado y seguido a lo largo de estos excepcionales años. Gracias, gracias y mil gracias.

La línea entre aquí y allí es frágil, no lo olvideis, así que... VIVAMOS !!!!

Millones de besos, sed muy felices. Nosotras lo seremos.

El Boys para Ceci...again and again and again...

https://youtu.be/9GkVhgIeGJQ

viernes, 18 de agosto de 2017

Al final de la Rambla ...

Hoy es uno de esos días en los que confirmas que la hora te llega cuando te toca, y que no depende de tí en absoluto. Ayer murieron muchas personas en un lugar y a una hora en la que perfectamente podríamos haber estado cualquiera de nosotros. Mi sobrina decidió comerse un helado a dos calles de distancia, y gracias a esos 10 minutos que destinó a hacer cola, no estuvo en plena Rambla cuando una escoria humana decidió llevarse por delante a cuantos más mejor. A una amiga la pilló en Portaferrissa, por la noche se quitaba los temblores a base de Diazepams. Y yo misma, por ejemplo, pasé por allí media hora antes de camino a un recado. Nunca sabes qué te espera y a veces el margen es bien pequeño. Quién iba a decirles a todas esas personas que iban caer como moscas y de la manera más burda, en medio de un estival paseíto por Barcelona durante las vacaciones. Paseos, conciertos, simples viajes en tren para ir a currar a primera hora … tú eliges estar ahí en ese preciso instante, y esa inocente decisión te lleva a la muerte sin que nada te mueva a una mínima sospecha.


Es todo muy, muy triste, aunque yo ya hace tiempo que creo firmemente en un plan superior y un destino para cada uno. Y que las cosas pasan cuando tienen que pasar y no siempre entendemos porqué. Llamadme iluminada, cósmica o simplemente colgada, la experiencia me ha llevado a creer en ello y no me haréis bajar del burro. Tampoco hago daño a nadie, así que quién quiera meterse conmigo por eso, puede proceder ahora mismo a comerme el coño. Perdonad la vehemencia, hoy es un día difícil.


Dicho ésto, y sin entrar en razones políticas, geográficas o religiosas (cosa que daría para otro debate y para tirar de un hilo de Ariadna infinito), me asquean varias de las reacciones de gente de mi alrededor, a raíz de este suceso. Paso a enumeraros unas cuantas:


  • Peña que aprovecha el momento para echar toda su mierda cateta, desinformada,  xenófoba, intolerante y rastrera por la boca, como si lo que ha pasado las legitimara para ello.


  • Personas a las que he recomendado vivamente ir a ver Dunkerque (¡¡pe-li-cu-lón!!) y me han dicho que “mejor no, porque son muy sensibles e impresionables” pero que llevan toda la mañana mirando videos asquerosos de personas REALES  ensangrentadas y gritando.


  • También están los que están muy, pero que muy motivados con el tema, esos a los que la desgracia cercana hace cargar las pilas de manera muy potente. De repente están activos en redes, envían whatssaps en difusión con un “¿todo en orden?”, pasan filtraciones cuñadas que les han llegado de fuentes imprecisas, pero que ellos se encargan de elevar a la categoría de expedientes wikileaks contrastados y totalmente fiables. En definitiva: gente triste con vidas tristes que se nutren de las desgracias para venirse arriba.


  • El puto postureo. Vivimos tiempos de mierda en los que todo puntúa de cara a la galería. Selfies de personas con lágrimas corriendo por sus mejilllas en estudiadas poses, y subidas a instagram con hasthags repugnantes rollo #MiCorazónLlora. De verdad, pequeños infraseres: ¿tenéis algo dentro aparte de purpurina?. Yo flipo.


  • En mi curro se ha proclamado un minuto de silencio en un punto de reunión en el barrio, algo que yo, personalmente, considero un paripé, pero que muchos dotan de un simbolismo importante. Lo entiendo, y aunque yo haya optado por quedarme en mi silla, respeto profundamente a quién necesite mostrar así sus condolencias. Pues bien, ha habido quien aprovechando la circunstancia, ha salido con el resto, se ha escaqueado para ir de compras, y ha vuelto disimuladamente con los compañeros que realmente sí han formado parte del acto. Y para más demostración de estulticia, se ha jactado de ello como si fuera una gamberrada menor … Qué quieres que te diga, tía: si quieres escurrir el bulto, allá tú, pero que aproveches algo así para hacerlo sin que se note, en mi opinión, denota la mierda de persona que eres. No todo vale.


Estoy triste, indignada, asqueada, harta. En días como hoy, en los que parece que una polaridad exasperante nos conmina a posicionarnos en uno u otro bando, me resulta muy difícil determinar cuál es el peor. Ambos me parecen una mierda, ya me perdonaréis.


Quered mucho a vuestras familias, a vuestros amigos, a vuestros vecinos, a la gente más cercana. Es lo único que se puede hacer ... y por cierto, el mundo másqueperro está en orden y no debemos lamentar pérdidas ni daños directos.


Solo los del alma.

viernes, 14 de julio de 2017

Entremés



"La conclusión, en todo caso, fue que el canon de la Alta Cultura no iba a proporcionarme ángulos que me ayudasen a comprenderme a mí, mi entorno, bagaje o las tradiciones de las que veníamos mis amigos y yo. Más que a "orgía perpetua", Madame Bovary me supo a perpetua dieta de hospital, a coliflores al vapor, y yo quería chilis y guindillas y bebidas con bengalas, maravillosos ruidos y crujiente gas. Si había pasión (y la había, en honor a la verdad) o rabia en aquella novela decimonónica, no eran de la marca que gastaba yo." 

("Chap chap. Una antología confesional". Kiko Amat)


jueves, 11 de agosto de 2016

Ya ves...



Un día pienso que me gusta ese tipo desgarbado de pelo rizado.
Un día me entero que esas dos niñas tan simpáticas son sus hijas.
Un día me cuentan que su mujer es una argentina antipática y altiva.

Nos caemos bien y me cuenta que es fisioterapeuta. Pienso que ese hombre tiene que estar de algún modo en mi vida y lo focalizo por el lado profesional. Siempre viene bien tener un fisio de cabecera.
Sus hijas provocan, sin quererlo, un acercamiento entre nosotros. Las trae al bar porque les gusta venir a merendar y aprovecha para charlar conmigo.
Poco a poco voy conociendo a la argentina y deja de parecerme antipática, es simplemente argentina, de verborrea inacabable con un ego muy henchido.

Las niñas pasan todas las mañanas por delante del bar para ir al cole. Normalmente las lleva su padre y siempre se escabullen para entrar y darme un achuchón o contarme que se van de excursión o que ese día tienen piscina. Entre la pequeña y yo hay algo inexplicable, nos parecemos mucho y la complicidad hace que se muestre tan mala como es y eso me gusta. Su padre dice que cuando se juntan dos mujeres con el pelo rizado y la sonrisa torcida nada bueno puede pasar.
Los días que van con su madre no entran, me saludan con la mano desde la calle y veo como la pequeña intenta zafarse de la mano de su madre para escaparse y pedirme un "Cocolat muuuuuy frío", pero no lo consigue.

Llega el verano y terminan las clases y parece que la tierra se los haya tragado. Le pregunto al camarero si los ha visto últimamente y me dice que no, que posiblemente se hayan ido a Argentina con su madre. Pienso que cabe la posibilidad pero también sé que no tienen pasta. Una noche, mientras recojo la terraza, les veo pasar por la acera de enfrente y la mayor me saluda con la mano mientras la pequeña ni se inmuta. Cuando están cruzando para venir hacia mí veo que lleva chupete y eso me indica  que sus padres se han separado. Esa niña no lleva chupete desde hace mucho tiempo. Ya de cerca veo como la mayor tiene los ojos rojos y llorosos, se acerca y me abraza fuerte.

Nos miramos y me dice que ahora vive en el edificio de enfrente. Que se han separado y que han emprendido una batalla legal feroz. Está ojeroso y mucho más delgado. Me dice que pasará cuando esté solo y que ya me contará, que está de baja y muy jodido.

Un día pienso que me gusta ese tipo desgarbado de pelo rizado y de aspecto triste.
Un día me cuenta que su mujer lo quiere hundir.
Un día me entero que una argentina antipática ha prohibido a sus hijas acercarse a mí.
Un día leo el mail de una abogada que cita a una camarera como posible causa de los problemas...

...ya ves, y yo sin saberlo.







sábado, 23 de julio de 2016

RESERVADO EL DERECHO DE ADMISIÓN

*No pude resistirme a agenciarme este cartel en cuanto lo vi
No tengo ni idea de si en los establecimientos suelen hacer uso del llamado "derecho de admisión" o, si por el contrario, se reservan las ganas de aguantar a ciertos individuos en ellos. Lo digo porque a mí nunca me han echado, por raro que parezca, aunque reservas y motivos alguna vez he provocado.
Pues desde aquí os digo que tener un cartel colgado y bien visible (lo manda la normativa municipal) que anuncia con cariño y educación que está "Reservado el derecho de admisión", da una fuerza y un coraje para ejercer lo que en él reza que bien bobos son los que no lo practican.

A ver, no es que mole decirle a alguien que no quieres atenderle, o al menos no mola siempre, pero te da un subidón, un venirte arriba cuando le puedes decir a un energúmeno que se puede ir a cagar a la vía que... que me he aficionado. En solo seis meses haciendo de mesonera ya he hecho uso de este derecho, si no recuerdo mal, en tres ocasiones. 

Desde hace tiempo pululan por el barrio unas hordas de imbéciles disfrazados con trajes muy horteras  que se identifican como "los salvadores para tener una factura de Endesa que se ajuste a las necesidades del usuario/a". Son arrogantes, mal educados, chillones e invasivos. Supongo que para hacer de comercial a puerta fría esos son adjetivos necesarios, pero a mi me dan un asco infinito. Hace unos meses decidieron utilizar mi negocio como su oficina y eso sí que no. La empresa choriza para la que trabajan los suelta en la calle y los tiene ahí todo el día pateando y puteando a todos los damnificados usuarios de energía eléctrica. Juntaban las mesas, se sentaban una docena y consumían 3 aguas y un refresco. A cambio utilizaban el lavabo (dejándolo echo unos zorros), me pedian continuamente cargar sus móviles y tablets, dejaban sus mochilas como si fuese un guardaropa... y al marcharse tenía las mesas llenas de papeles sucios de aceite de sus bocatas caseros, bricks de zumo que traían en sus mochilas, envases de yogures...
Al tercer día de producirse esa situación y habiendo mantenido una relación tensa y hostil los dos días anteriores, no les permití sentarse y les invité a hacerlo en el banco que está justo enfrente y que al lado tiene una fuente preciosa (¡¡¡ que funciona!!!).
Han intentado en diferentes ocasiones volver a sentarse en la terraza prometiendo consumir y la respuesta que han obtenido es "No. A cagar a la vía".

Los graciosillos que se pasan de listos también pillan en mi local. El camarero que trabaja conmigo se descojona y se frota las manos cuando ve alguno de ellos, ya sabe que saldré al ataque. Había un tipo que venía, que obviamente no ha vuelto, que tapaba su mala educación llamándola "humor sevillano". La última vez que fue atendido por mi tuvo la mala fortuna de hacer un alarde de "humor sevillano" que quizás yo no supe interpretar. Al pagar el café con leche descafeinado de sobre (mira que hay que ser desgraciado para beber eso) se dedicó a pagarme con monedas de uno y dos céntimos tirándolas a la barra. Cuando le pareció que había suficientes me dijo "anda niña, cuéntalo y casi creo que hay propina y tó". Con mis adorables manitas hice un montocito se lo puse delante y acto seguido retiré la taza para que no pudiera beber ni un sorbo. "¿Qué pasa niña?". La niña ni le mira ni le contesta. "Trae la taza niña que se va a enfriar la leche, coño". La niña le mira mal (muy mal) y le comenta que no se va a beber ni ese café ni ninguno más. "Putas catalanas que no entendéis el humor sevillano". Puta gracia me hace el puto humor sevillano. A cagar a la vía.

La comunidad rusa que se ha instalado en el mismo edificio del bar y en los aledaños tampoco es santo de mi devoción. Desde que vi Promesas del Este siento un enorme recelo hacia ellos. De todos modos solo una ha dejado de ser atendida por la que aquí subscribe. Venía a las ocho de la mañana a ponerse ciega de carajillos. Se sentaba en la terraza y aporreaba el cristal para que saliera a atenderla. Tenía el peor carácter que yo haya conocido jamás. Salía a la terraza y me vociferaba con voz cazallera "Un carajillo de coñac YA". En una hora podía tomarse unos seis o siete carajillos y su mal humor iba en aumento. El último día que tuve el placer de tenerla como clienta me dijo "Cóbrame!" Le dije el importe y vi que cogía el monedero, así que me esperé. "¿Qué miras?". Pues mirar, no miro. Estoy esperando a que me pagues para no hacer tropecientos viajes. "Tú harás todos los viajes que me salgan del coño". La tipa volcó lo que había en el monedero y entre las monedas cayó una muela encima de la mesa. Ahora sí que no sabía donde mirar. Me pagó y cuando volví a salir a darle la vuelta retiré el último carajillo aún intacto y le pedí que se largara. Nunca haré lo que te salga a ti del coño. A cagar a la vía.

Pero bueno, sé de ciencia cierta que 9 de cada 10 clientes me recomiendan. Soy tan querida como los dentistas.




viernes, 8 de julio de 2016

Welcome to the pleasurd.... nonono, ni de coña!!!!

Os presento un nuevo capítulo -o viejo, depende de cómo lo miremos- de esta vergonzante y descronológica serie. He dudado a la hora de incluir este episodio en ella, puesto que asociado al ser humano del que quiero hablar, ha habido de todo: si bien al principio fue un auténtico Welcome to the pleasurdome, al final el asunto acabó conmigo emulando a uno de los Gritos de Munch. Pero como supongo que no estáis entendiendo nada, empezaré por el principio.

Para ello debo ponerme en plan abuela cebolleta y remontarme a principios del año 1994, en el que yo tenía 22 lozanos y prietos años, pesaba como 15 kilos menos y era mucho más mona pero bastante menos interesante. Os sitúo: sábado a las 2 h. de la mañana, discoteca de la calle Aribau. Salamandrita y una amiga borrachas como piojos y dándolo todo en la pista.

Noté que alguien me observaba y después de procurar enfocar la vista a través de una nube tóxica cerebral de Beefeater con tónica, di con el individuo "mirante" y "hosdia, esze ddío no es el que szale en nombre de serie de TV3, ddía?" (serie a la que mi amiga y yo habíamos estado enganchadísimas por aquél entonces)... mi beoda amiga miró hacia donde yo estaba señalando sin ningún pudor, y confirmó "zsi, zsi, ezs ell y de esdá miranddo ddía, gué fuedtee". Así que, por mor de mi desinhibido estado etílico, me acerqué hacia él intentando no describir muchas eses en mi trayectoria y le solté algo al oído. A saber qué burrada sería (yo ebria tengo mucho peligro), pues soltó una carcajada enorme, se puso a bailar conmigo y acabamos la noche metiéndonos de todo menos miedo, en el portal de casa de mis padres, al que me acompañó después de estar tonteando all night long. 

Después de ese bonito encontronazo con el que a partir de ahora, llamaremos El Actor, continuamos viéndonos y estuvimos liados como dos meses, tras los cuales acabé siendo abandonada con la excusa de una ex-novia con taimada tendencia al "no te soporto, pero cuando me pica el nai, hago chas y aparezco a tu lado". Cosas de exes, ya se sabe. A lo que íbamos: mi rollo con El Actor fue algo bastante descompensado, puesto que este hombre resultó que -aunque no lo parecía en absoluto- me doblaba la edad y que era un personaje conocido en esa época (con un pasado teatral bastante sonado, y una actualidad muy presente en televisión por aquel entonces) y yo  ... pues no dejaba de ser una niñata. Mona, sí, pero niñata. Y que un tío como él se hubiese fijado en mi, ni que fuera para distraerse, era rematadamente arrebatador a mis ojos. Encender la tele y verle me conducía a un total y atontolinante estado de arrobamiento, poner Gent del Barri y que la voz que doblaba a uno de los personajes fuera la suya, transfiguraba mi extasiado chichi en caudaloso río de colonia, y ya, que me viniera a buscar y me invitara a cenas en restaurantes muy fuera de mi alcance estudiantil, directamente hacía que yo me desplazara por la vida levitando a un palmo del suelo ... ante la atónita mirada de mis amigas, que me miraban con una extraña mezcla de fascinación y verde envidia, todo hay que decirlo.

Mis hermanas (con las que me llevo casi 14 años), cuando se enteraron de que yo, tierna y angelical infante de 22, salía con todo un señor divorciado de 44, se echaron las manos a la cabeza y montaron uno de sus cónclaves-vamos-a-pegarle-la-charla-a-la-pequeña, para que yo aprendiera de sus adultos consejos lo que era un hombre hecho y derecho, y en mi inocencia no lo confundiera con el tipo de mancebo tontaina con el que yo había alternado hasta entonces. "Los hombres quieren más -me dijeron- cuidado con él, que no va a querer cogerte solamente de la manita". Y yo las miraba muy seria y les decía "que sí que sí" con cara de no haber roto nunca un plato, pero pensaba "llegáis tarde, chatas, habemus a pelated parrús". Qué pasa, siempre he disimulado superbien. Y es que si una cosa me ponía como una perra de ese tipo, era precisamente su edad: no hablaba como un muchacho, tenía el doble de recorrido vital y de conversación que un muchacho, y desde luego, tocaba-besaba-lamía de manera MUY diferente de un muchacho. Con él fue la primera vez que auné polvo con orgasmo (porque polvos había echado antes, pero "con muchachos". You know). Y madre mía ... qué diferencia, ¡cómo aprendí! ...  desde entonces tengo claro que ante algunas cosas, hay que rendirse a la veteranía.

Duró poco, porque supongo que llega un punto en el que una niña tímida y aburrida, que contesta con azorados monosílabos y que entra en éxtasis místico cada vez que estornudas, debe ser un verdadero peñazo. Un buen día dejó de llamar y de atender a mis llamadas (ahí fue un poco capullo, la verdad) y hasta luego Lucas. Alguien dijo haberlo visto con una tía, yo lloré amargamente mi desesperación durante semanas, procedí a enchocharme del que vino luego, y santas pascuas. La cosa quedó ahí.

Acompañadme ahora en otro salto espacio temporal, en el que un fast forward nos llevará a principios de este año, 2016. Salamandra, que ya no es una niña y que, como el Vizconde de Valmont, ha perdido la ilusión en el curso de sus viajes, ha quedado en acompañar a su anciana progenitora durante unas horas, y decide picar algo antes, en una cervecería cerca del hogar materno. Una cervecería que hace muuuuchos años que no pisa, pero que está exactamente cómo la recordaba "madre mía, si hasta hay las mismas tapas rancias de hace 20 años". Y ahí, entra El Cosmos para darle a servidora toda una sucesión de lo que interpreto, en aquel momento, como "señales":  de repente recuerdo en un flash regresivo todas las veces que El Actor me había metido mano en esa barra, mientras me hacía la remolona antes de volver a casa, y advierto, sorprendida, que seguramente una de esas fue la última vez que yo estuve allí. Es en ese preciso momento, cuando alzo la vista y un Seat 131 Supermirafiori blanco pasa por la calle a toda velocidad ¡y es exactamente el coche que El Actor tenía en aquél entonces!  joder, ¿cuántas posibilidades hay de que pase ese modelo y de ese color exacto, justo en el momento en que pienso en uno, cuando ahora es un coche clásico que debe tener más de 40 años? ... pero ahí no queda todo, estoy todavía alucinando con la casualidad cuando entra por la puerta de la cervecería un señor y al observarlo detenidamente, me percato de que es nombre artistico, un cómico no muy conocido pero al que yo había recordado perfectamente porque era el mejor amigo de El Actor cuando yo le conocí. No me lo puedo creer, ¿qué hace aquí este hombre precisamente ahora?. Estoy flipando LO MÁS GRANDE.

Ya en casa de mi madre, y dándole vueltas a la cosa, pienso que yo tenía 22 años y han pasado 22 desde entonces, de manera que él en aquel momento tenía la edad que yo tengo actualmente, 44. Y me parece un juego de números tan bonito y tan cósmico, que pensando en que realmente todo es fruto de una sincronicidad maravillosa, se me ocurre buscar a El Actor en internet -al que ahora recuerdo con un fundado y lleno de significado cariño, manda cojones- a ver qué tal le ha tratado la vida. Aparece una página de Facebook que no es pública y con una foto de alguien que está lejos y de perfil, pero que podría ser él. Arrebato de nostalgia. En un arranque le envío una solicitud de amistad, junto con un mensaje de "¿eres tú? han pasado más de 20 años pero ¿te acuerdas de mi?". Sí, patético, lo sé. Dejadme.  

Tardo dos o tres días en recibir un mensaje en el que el tipo me dice "perdona, me suenas pero no caigo, ¿quién eres?" ... Y yo le contesto un mensaje con "nombre de discoteca de la calle Aribau, nombre del hotel dónde íbamos y nombre de mi colonia y la suya" (ahí estuve fina, porque si algo ayuda a refrescar momentos, son los olores. Bueno, fina y kamikaze, francamente, porque ¿¿¿¿¿qué coño de mensaje sugerente es ése a un tipo al que hace 22 años que no ves?????  ¿¿¿¿¿ Qué entenderías si alguien del pasado te dijera algo así????  matadme por favor, a veces se me para la zona del cerebro que gestiona la prudencia). Inmediatamente me envía un mensaje diciendo "Ya sé quién eres, me acuerdo de todo, Salamandra querida, PRINCESA DE LOS INFINITOS, no sabes lo feliz que estoy. Dame tu teléfono y te llamo ahora mismo". ¿Ein? ¿princesa de los infinitos? ¿llamarme? ¿en serio? "cómo se nota que eres de la vieja escuela", pienso. Le doy el teléfono y a los dos segundos suena ... y al otro lado, ESA VOZ. Madre mía, no ha cambiado nada, está parlanchín y alucinado y quiere quedar y verme y abrazarme y .... y yo, joder, ¡yo ya no lo sé!, de repente algo me chirría y no sé qué estoy haciendo ahí, otra vez en la cocina de mi madre y hablando con él. El corazón me conmina a huiiiiiiir, corre Forrest, correeee y no mires atrás!!. Pero mi Pepito Grillo mental me está diciendo "No seas idiota, tú le has buscado, pues ahora apechuga como la tía adulta y estilosa que eres". Y así, y siendo -de nuevo- más cerebral que visceral, me descubro diciéndole que yo también tengo ganas de verle y que nos vemos el sábado. Os doy permiso para que me abucheéis, me lo merezco.

Toda esa semana continuamos hablando por whatssap (me da los buenos días, las buenas tardes, las buenas noches) y yo, la verdad, me arrepiento de haberle buscado y no me gusta ser el centro de atención de este señor, se está poniendo muy intenso. Y aunque en ese momento el problema no es excesivo del todo y hasta me hace ilusión tomar una copa con él y ponerme al día, el tono de sus mensajes denota un interés más ... lúbrico. Y eso me incomoda. Me hago la despistada y despliego mi poderoso juego de cintura a lo He-Man para esquivar el tema ... pero la cosa está ahí. 

Llega el sábado y él empieza a enviarme mensajes a primera hora de la mañana para decirme que está supernervioso y que se muere de ganas de verme. Me muestro fría y distante para dejarle cristalino que lo nuestro, por el momento, va a ser meramente amistoso, pero él, como buen macho salido, lee lo que quiere y sigue a lo suyo. Y llega la noche y yo, que soy MUY LISTA, le doy la dirección de mi casa porque quiere recogerme ahí. Decido no arreglarme demasiado, me maquillo pero poco y me planto una camiseta y unas converse. Bajo con el pelo mojado, abro la puerta de la calle y ... ahí está. Es el mismo de hace 20 años pero, cómo lo diría ... parece que esté en liquidación por derribo. No quiero ser mala gente porque los años también han pasado para mi y es normal que los dos hayamos cambiado, pero yo he pasado de los 22 a los 44, y él de los 44 a los 66 y su viaje, coño, es mucho menos agradecido. Muchas arrugas, barriguita incipiente, tiene la misma cantidad de pelo pero con garrafas de Grecian 2000 y se nota, y lo peor es que va peinado y vestido como si fuera joven, cosa que le envejece muchísimo más. En cuanto me ve, viene hacia mi con una gran sonrisa y me abraza durante un tiempo demasiado largo para mi gusto, así que me zafo como puedo y empiezo a andar emplazándole a no llegar tarde a nuestra reserva.

Vamos a cenar a un japonés. Intento mostrarme cordial y alegre y me intereso sinceramente por su vida, tratando de mantener una conversación fluida y de tener una cena agradable, pero compruebo, horrorizada, que es el tipo de persona que ni escucha, ni pregunta, ni le importa nada más que DAR EL CANTE. Se pasa toda la velada haciendo comentarios subidos de tono, tratando mal al camarero y haciéndome beber como un cosaco. Y yo, opto por beber, eso sin alcohol no hay quien lo aguante. No consigo que hable de nada y solamente quiere babosearme ... y a mi un repelús creciente me va subiendo por el espinazo sin que pueda hacer nada por remediarlo. 

Intento darle esquinazo al salir del restaurante, pero JA. Chantaje emocional y presión para que vayamos a tomar una copa al María. Es un sitio que me gusta y al que he ido bastante, así que me dejo medio convencer, con la íntima esperanza de encontrarme a algún conocido y que la cosa se diluya por sí misma, pero no tengo suerte: entramos y no conozco a nadie, maldita sea mi estampa. Nos sentamos y allí ya empieza un acoso y derribo en el que me agarra y me planta la lengua hasta el fondo de la garganta y pdueeeeeeecs no pueeeedooooo. Y la verdad es que me resulta muy difícil escapar sin ser muy borde (que es algo que había hecho si no fuera porque, gilipollas de mi, me había metido yo solita en la boca del lobo y en el fondo me daba apuro), así que lanzo el órdago de que estoy un poco ciega y que me voy a casa a dormir la mona. Cualquier otra persona con elegancia lo habría entendido y me habría dejado ir, pero no. Aparece con otro whisky, me lo planta delante y me dice "un ratito más" mientras acerca mi mano a su paquete. Y aquí ya, reacciono mal, la aparto como si me estuviera obligando a meterla en un saco de mocos, cosa que al parecer, le ofende muchísimo. Se pone chulo y me dice  "no entiendo que te hayas vuelto tan poco cariñosa, o es que ¿ya no te acuerdas de que nosotros ya hemos follado? ¿y mucho?". Le miré fijamente con mi mejor cara de qué me estás contando y le respondo "han pasado 20 años y yo ya no soy esa". La cara que pone es de quererme pegar. Me suelta una bronca monumental, agarra la puerta y se va, dejando tras de sí toda una estela de indignación. 

Dos veces más me monta este numerito (porque, obviamente, cuando salgo para irme a mi casa, ahí está). Todo el camino detrás mío dándome la barrila y pidiéndome perdón/enfadándose alternativamente. Y en una de éstas, hasta intenta que mee en la calle delante suyo porque le pone perro. Como lo estáis leyendo.

Constato en ese momento que ese hombre al que yo había idealizado en mi juventud y desde la tontería de mi niñatez, debía ser YA un auténtico gilipollas por aquel entonces, aunque yo debía estar demasiado impresionada por su aura de tío mayor y televisivo. Qué distintas se ven las cosas cuando ya has cubierto tu cuota de absurders en la vida. 

Y menos mal.


PD. Una hora más tarde, y ya metida en mi cama, se dedicó a aporrear mi interfono durante más de 40 minutos. Pido un aplauso para mi vista de lince y otro para ese Cosmos que, con sus putas señales, tantas alegrías me está dando.










lunes, 4 de julio de 2016

Painkiller

Persona en plena crisis vital (y también matrimonial) a la que hace poco escuché decir “no quiero hacerle daño”: este post es para tí. Entiendo  que tus motivaciones nazcan del cariño, y créeme, es bonito que intentes hacer las cosas bien … pero siento decirte que “el daño” ya se lo estás haciendo. 

Igual me equivoco y en alguna ocasión realmente la otra parte no sufre, puede que exista ese insensible trozo de carne con ojos que no se dé cuenta de nada, o que no le importe lo suficiente, o que te agradezca el esfuerzo y prefiera vivir una mentira, aunque no creo que esa sea tu situación. De cualquier otro modo, ese “mantener el tipo” por no herir al otro, es un sacrificio inútil, y te lo dice una que ha sido la parte “dañable”. No queréis hacernos daño, pero nosotros y aunque no queráis, sufrimos igual. Puede que para vosotros sea imperceptible y penséis que os comportáis como siempre, que vuestra distancia interior queda compensada con un exceso de aparente cariño, y que por tanto, no se nota, que vuestra vida en común sigue bien y que “este bajón ya se os pasará”. Que no nos dejáis porque no merecemos que nos hagáis esto. Y que así, nosotros permanecemos felices en nuestra ignorancia.

Pues bien, dejad que os aclare algo: se nota. De repente sientes frío. Y revisas puertas, ventanas, y compruebas que todo está cerrado, examinas hasta la última rendija y nada. Pero sigues temblando de frío y por mucho que te abrigues, ahí está, poniéndote la carne de gallina, y no sabes qué pasa, pero algo pasa. No te atreves a preguntar y cuando lo haces, todo son evasivas. Y así llega el día en que de repente estás helada y frente a un precipicio y no sabes cómo ni porqué, porque nadie se ha tomado la molestia de explicarte cómo has llegado hasta ahí.

Si una cosa puedo reprocharle a mi ex-marido son los años que me robó, esos en los que “no quería hacerme daño”. Una verdad a tiempo duele muchísimo menos que una mentira arrastrada, un disimulo continuado, un “estar sin estar”. Si no eres Rob Stark, cinco años de invierno son demasiados.

Así que amiga … piensa en tí antes de nada, en lo que tú quieres hacer, en cómo quieres vivir tu vida, en porqué has llegado a esta situación y qué tienes que hacer para salir de ella. Céntrate en tí y en tu propia felicidad. Celebraría que decidieras que quieres apostar por tu amor porque realmente es amor y no miedo, o dependencia o ... whatever.

Pero si después de este ejercicio de introspección te das cuenta de que él no aparece en tus planes de futuro, y realmente “no quieres hacerle daño” … sé consecuente. Déjale.






jueves, 16 de junio de 2016

HORMONAS Y FESTIVALES INFANTILES

No hay nada peor que ir a un festival infantil con síndrome premenstrual. Son dos conceptos que por separado ya dan arcadas. Que el cosmos se confabule contra ti para hacerlos coincidir en el calendario y ponerte a prueba … es una puta burla, a mi que me perdonen.

Os pondré en antecedentes: un día Little Princess vino pidiendo que porfa porfa porfa la apuntáramos a patinaje sobre hielo porque molaba taaaaaanto que no podía soportar no hacerlo “me muero del disgusto si dices que no, ¿eh mami?, porque papá ya me ha dicho que sí”. Ah, pues muy bien, si vosotros ya lo habéis decidido, ¡quién coño soy yo para opinar! ¡adelante por favor!.  Mi ex-marido tiene la bonita costumbre de prometerle cosas a la niña antes de consensuarlo con la persona que la trajo al mundo, pero en fin, eso es otra historia que será contada (o mejor dicho, escupida) en su momento. Ese post dedicado al gratificante mundo del divorcio tendrá que ser escrito cuando los niveles de bilis se hayan equilibrado o saldrán llamas de la pantalla.
Volviendo al tema:  después de llevar y traer a la enana a las puñeteras clases de patinaje durante todo el año, me entero por mi ex de que va a haber festival de fin de curso. Otro. Y maldita la gracia, porque de momento ya me he tragado dos festivales del colegio, otro de ballet, un concierto haciendo chinpuns con los jamelgos de su clase (va a un colegio musical), una cantanta en el Auditori y dos fines de semana confraternizantes con padres e hijos. Todo esto en el último mes y medio, y todavía me falta un segundo concierto de chinpuns y la fiesta de cumple, porque para acabarlo de redondear, mi niña cumple 11 años a finales de este mes. Llamadme borde, antisocial o mala madre … pero yo ya estoy que me subo por las paredes. Antes pensaba que mi problema era con según qué padres. Después me di cuenta de que también había algún niño que me caía francamente mal. Y ahora ya constato que el problema debo ser yo:  ya no aguanto a nadie, ecuánime y equilibrada como solamente una Virgo puede ser, odio a todos por igual. A veces entiendo a Sincopada cuando decía que había abrazado la misantropía sin contemplaciones … que razón tenías, amiga.
Total, que durante días, acaricio suavemente cual gato de angora la idea de hacerme la sueca y no darme por enterada, “éste que se lo coma papá querido”. Pero no va a poder ser: mi ex tiene un viaje de trabajo durante toda la semana y no podrá llevarla ni al ensayo general ni al festival. Maravilloso todo. Después me entero de que el ensayo general lo van a hacer el domingo a las 8 h. de la mañana … jajaja, será broma ¿no?. Pues no. Tiene que ser antes de que el skating abra al público (por la tarde abren a partir de las 18 h pero hacerlo a las 16 h. debe ser demasiado poco absurdo para ellos, que optan al premio mongolito de oro). Me pillo un berrinche porque hay que ser mmmuy hijo de puta, pero al final, y por la nena, acato. Qué voy a hacer si no.
Intentando quitarle drama al asunto pienso, tonta de mi, que puedo llevarla y estar en la cafetería del lugar, pipeando mientras desayuno tranquilamente, pero no. Llegamos las dos con ojos de mapache y cuando me dispongo a apoltronar ricamente mi pandero después del madrugón, aparece la coordinadora (a la que yo llamo cariñosamente “Dientes de sable” porque aparte de fea y antipática, cuando abre la boca da miedo)  y nos echa a todos los padres diciendo que no podemos ver nada porque si no, no será sorpresa. Hala, a la puta calle y vuelve en un par de horas y ni se te ocurra llegar tarde que tengo cosas que hacer, qué mala sombra tiene la pobre. Después de dos interminaaaaables horas de parloteo insulso con otras madres que me han liado para hacer tiempo en el bar, voy a recoger a mi ratón y cuando le pregunto “qué tal” me responde un pffffffffffojosenblanco como diciendo “un coñazo, mamá”.   Esto no pinta bien. Si es que no sé porqué coño no le hago caso a las señales del cosmos.

Llegamos así al día del puto festival, en el que servidora padecía un bonito y reconfortante síndrome premenstrual. Igual aquí debería puntualizar a qué me refiero cuando hablo de síndrome premenstrual, por si cupiera la posibilidad de que pensárais que me estoy refiriendo a un simple dolorcillo ovárico y algo de hinchazón. Nananah, ni por el forro. Sí, los ovarios, las tetas y la cabeza te duelen y estás hinchada como un odre, pero todo eso después de 30 años de experiencia sería casi llevadero si no fuera porque va acompañado (y desde que he cumplido los 40, más) de un tremendo y atroz sentimiento que solamente puedo describir como EL ODIO: titular genuino, único, mayestático y en negrita. No se trata de una cierta irritabilidad, ni de una propensión a la réplica, ni tan solo de una inclinación por la polémica punzante y el tocagüevismo (lo cual sería, en todo caso, algo como muy femenino). No. Estamos hablando de un lanzallamas en las córneas. De unas poco reprimibles ganas de tocarte las palmas directamente en la cara. De un desprecio total por el talante ajeno y de una querencia absoluta por la beligerancia propia. Hablamos, en resumen, de un sanguinario, flamígero y auténtico instinto asesino. De los que tiembla el misterio.
En este estado estaba yo cuando aparezco con mi niña en el skating, después de toda una gimcana en la que la he salido del curro, he pasado por casa, he recogidos los patines, la chaqueta y los guantes, he ido a buscar a la niña al cole, me he peleado con ella porque lleva shorts y no pantalones largos como le había dicho que se pusiera como unas veintisiete veces  antes de irme a currar, “mami, ets molt pesada”,  he vuelto a casa aguantando a una niña morruda y resoplante para que se ponga los putos pantalones largos, y hemos llegado al skating a la hora de siempre, sudando la gota gorda y con la lengua fuera. Pues bien, llegamos y todo cerrado. Miro a la niña, la niña me mira a mi, le pregunto “¿era hoy, no?”, ella levanta los hombros al más puro estilo “y a mi qué me cuentas”, me acuerdo de su santo padre que hacía lo mismo y cuando procedo a cagarme en el puto código genético, aparece Dientes de Sable por detrás de la puerta de cristal y dice:  “hasta las siete no podéis entrar”. Vuelta y adiós.

Miro el reloj y son las cinco y media. 

No nos da tiempo de volver a casa, así que nos vamos, cargadas con las trescientas bolsas, a la biblioteca de 4 calles más arriba, en la que mi hija aprovecha para leer cosas claramente inferiores a su capacidad intelectual, y yo aprovecho para hacer la declaración de la renta. Cuando ya se me ha colgado el puto ordenador de la biblioteca tantas veces que mi síndrome premenstrual ya me está gritando que lo incendie todo, miro el reloj y faltan diez minutos para las siete. "Coooooooorreeeeee, ratolí, que llegamos tardeeee". Agarramos las 300 bolsas y nos vamos corriendo calle abajo para llegar al skating, en la que una nube humana de padres tapona la puerta. “Qué pasa” pregunto, “nada, que hay cola para entrar en el vestuario” me contesta una de las marus. “Perdona, ¿cómo dices?, ¿cómo que hay cola, esto no comienza a y cuarto?” … la otra se encoge de hombros y me contesta con una sonrisa de “mujer, cómo te pones”. Voy hacia la puerta y una de las profes está en la entrada del vestuario y no deja entrar a nadie, “primero los más pequeños y al final los más mayores, los disfraces están dentro, si podéis irles poniendo fuera las medias y el maquillaje, después al final ya repasaremos los peinados”.  Un momento, que lo estoy flipando, del disfraz me parecía recordar que nos habían cobrado algo a principio de trimestre, pero del resto ni flores. ¿Qué medias? ¿qué maquillaje? ¿qué peinado? … me giro para mirar a mi niña y lleva unos pelánganos de Krusty el payaso que harían llorar al mismímimo Llongueras y yo ni llevo maquillaje en el bolso ni un triste peine, y mucho menos unas medias color carne, no me jodas. Mi hija tampoco sabe nada, del zoquete de mi ex-marido mejor ni me preocupo, tiene memoria de pez para estas cosas, así que me adelanto a hablar con la tipa y le expongo, respirando hondo, que mi niña no sabía nada de eso y que no hemos traído nada. Respuesta: “pues dimos un papel explicándolo todo hace quince días, tendrás que ir a comprar unas medias porque no va a ser la única que va distinta, sino no podrá hacer el festival. O que vaya sin medias”. 

Sonriendo y masticando mis palabras con poco disimulada furia, suelto: “No me has entendido:  no sabíamos nada porque nadie le dijo nada A LA NIÑA, que es la que va a hacer el festival. Hemos estado haciendo tiempo durante hora y media, y AHORA no voy a ir a comprar ni unas medias, ni un peine, ni absolutamente nada, ¿vale?. Esto es patinaje, no un pase de modelos, y hace mucho frío, mi hija irá con las mallas negras debajo del disfraz de Blancanieves hortera que les estais haciendo poner, Y QUE ADEMÁS HEMOS PAGADO. Y PUNTO”.  No sé qué cara debí poner yo porque no se atrevió a contestar, bajó la cabeza y dijo “vosotras mismas”, así que nos pusimos en la cola mientras veía cómo cuchicheaba con Dientes de sable lanzándome miraditas. Anda y que os zurzan, pensaba yo.
45 minutos después todavía estábamos en la cola. No sé si habéis estado nunca en un skating pero hay hielo (soy la reina de la obviedad), o sea, que la temperatura está como poco a 0 grados. Entre el síndrome, la inutilidad reinante y el castañeteo de dientes de mi retoña, me estaba entrando una mala hostia que a punto estuve de liarla parda. A todo esto, los padres que ya tenían a sus niñas vestidas, fueran tomando posiciones para que los que quedamos al final, directamente, tuviéramos que calzarnos unos zancos para ver algo. Estaba todo superbien organizado, como véis. Una hora después de la teórica hora de inicio en la puta nevera, suena una musiquita y aparecen dos profesores vestidos de príncipe y princesa, que nos hacen un baile de demostración. Pues vale, gracias, pero no he venido a veros a vosotros, ejem. A los 15 minutos todavía estaban bailando los mismos, pero es que después salieron otros dos, ¡y después otros dos! y yo solamente hacía que mirar a los pobres niños sentados en el banquillo, vestidos con trajes de manga corta y pelándose de frío en el que se supone era SU festival. A la media hora larga de soportar las putas demostraciones de todo el claustro profesoril, aparece la primera alumna (que debe ser aventajada porque le han montado un numerito para ella sola), y ahí ya a los padres se les hace el culo pepsicola y empiezan a aplaudirlo absolutamente todo. La niña al ver la reacción de SU público, se crece y empieza a mostrarnos todo un estudiado catálogo de mohínes, sonrisitas y movimientos de pelo de lo más repelente, esta niñata es la típica creída que a los 13 años  todos hemos tenido en el pupitre de al lado, pero al parecer eso solamente lo vemos mi síndrome y yo, que internamente abrazamos la esperanza de que se caiga y se deje sus preciosos dientes en el hielo. No tenemos suerte esta vez.
Cuando llevamos más de una hora de festival, ahora sí, aparecen los alumnos. Hacen un numerito TODOS los grupos juntos a la vez, unos 50 niños que haciendo dos vueltecitas al ruedo en fila india por la pista hasta llegar al  fondo mientras suena la canción de los enanitos de Blancanieves. A mi hija no me cuesta reconocerla, es la única que va despeinada, con mallas negras y cordones fluorescentes en los patines, es el toque grunge que todo Disney debería tener. Me intento hacer un hueco entre los codos afilados de la concurrencia para ver, ahora sí, a mi vástaga, cuando compruebo que se acaba la canción y que a una señal, ¡los niños vuelven otra vez a su sitio para que sean los profesores los que continúan con el número!. Me sorprendo tanto que se me escapa un SÍ HOMBRE en voz alta. Algunos se giran para mirarme, así que me veo un poco forzada a explicarme:  “esto es una estafa, ¿no lo veis?, ¿qué festival infantil es éste si los niños ni siquiera han salido ni han patinado nada?” … nadie responde a mi -a todas luces- evidente apreciación, después os extrañará que en este país de borregos salgan los que salen, no me jodas.

Lo mejor es el número final. Salen todos a bailar una canción de Bollywood, una como la del baile final de Slumdog Millionaire, ¿me podéis decir para qué narices hay que llevar patines para eso?. Os enlazo el vídeo para que hagáis memoria ...

Promedio, 5 horas de nuestra vida perdidas y principio de congelación. Por lo que a mi respecta, el patinar se va a acabar.


viernes, 25 de marzo de 2016

BARES... ¡QUÉ LUGARES!

En febrero del año pasado dije "bye-bye, hasta otro ratito" y dejé el curro. Con la generosidad que me caracteriza les di un mes para que encontraran sustituto/a y poder traspasar el trabajo. Así que a 31 de marzo de 2015 crucé por última vez la puerta de esa oficina para no volver nunca más.
He olvidado, borrado o aniquilado de mi mente todo lo que podía tener relación con esos 12 años de mi vida: no recuerdo los teléfonos, ninguna contraseña, ni me interesa lo más mínimo todo lo que pueda referirse a investigación sanitaria.

Un año más tarde de haber cerrado ese capítulo de mi vida y tres meses después de haber abierto el bar por el que di el paso de abandonar ese puesto de trabajo que me agriaba el carácter, recibí por sorpresa la visita de algunos de mis ex-compañeros que vinieron a comer. Apenas pude sentarme con ellos pero me contaron algunas cosas de ese pasado reciente que me parece tan lejano y tuve que admitir que no echaba de menos nada de lo que había dejado atrás.

Hoy estoy endeudada hasta las cejas, trabajo 90 horas semanales de lunes a domingo (sea festivo o no, llueva, nieve o caiga un meteorito), no tengo sueldo, me estoy dejando la salud en ello, pero qué coño...¡¡¡SOY FELIZ!!!.


He conseguido montar un bar bonito, acogedor, luminoso, en el que la gente viene a leer, trabajar, hablar, a meterse entre pecho y espalda esos maravillosos bocatas de pan de cereales con jamón ibérico o los increíbles e inolvidables cruasanes de chocolate que ya han generado una tramenda adicción entre los que los han probado.
Y lo más importante: por fin ejerzo de socióloga. Ser mesonera debería ser la salida profesional de cualquier estudiante de sociología. La universidades tendrían que establecer convenios con los bares para hacer las prácticas de la carrera, de hecho estoy meditando hablar con los antiguos compañeros del departamento de la facultard para proponérselo (y no es broma).

Vivo y trabajo en un barrio que es un pequeño pueblo dentro de la ciudad, en el que todos nos conocemos por nuestros nombres de pila, una especie de oasis en el que los que han nacido y crecido aquí no quieren marcharse cuando se independizan. Un lugar donde puedes ver a la gente pasear al perro a las 7 de la mañana en pijama y zapatillas, un lugar en el que los borrachos son convencinos, en el que los inmigrantes de nueva hornada abren negocios y se integran sin problemas...todo a ocho paradas de metro del centro y a cambio te despiertan los pájaros. No está mal.

Solo hay dos tipos de clientes que rompen esta especie de comunidad amish. Por un lado, y por motivos que desconozco, atiendo a menudo a personas que vienen de un tanatorio cercano pero que no les queda de paso. Muchos llegan apesadumbrados pero en varias ocasiones han acabado montando una fiesta en honor al finado/a con brindis al sol.
El otro colectivo lo componen los pacientes de un centro de día y hospital de salud mental. En el elenco hay los deprimidos (que dan una pena infinita) con la mirada perdida y que casi nunca consumen lo que han pedido, algún que otro esquizofrénico (difíciles de trato y a punto de liarla siempre) y, mis preferidos, los maníacos compulsivos que no soportan que el azúcar esté a la izquierda o que la silla de enfrente esté descentrada.

Así que esta es mi nueva vida, la que me impide estar despierta para escribir pero que me da infinitas historias para contar.
Volveré por aquí.
Lo prometo.



jueves, 25 de febrero de 2016

Welcome to the pleasurdome. El vikingo.



Os voy a hablar de uno de los descubrimientos de mi vida. Hace casi tres años me encontraba yo en plena efervescencia internetera. Me acababa de separar, no sabía gestionar mi soledad y de repente estaba –de nuevo- en el mercado sexual después de mucho tiempo, así que me convertí en un ser muy activo en la red. Los barrancos internos dan mucho vértigo y yo quería distraerme de ellos a toda costa. Abrí perfiles en un par de webs y pasé muchos ratos alternando con gente variopinta a través del móvil. Nada nuevo bajo el sol. En este bonito y alienado siglo XXI, en el que las “relaciones humanas” han pasado a ser más bien “humanos en relaciones”, el mundo cibernético fue una alternativa interesante para narcotizarse (pero divago. Para más capítulos de esta bonita y descronológica serie, pinchad en la etiqueta Welcome to the pleasurdome).

Y así conocí al Vikingo. Su nick era “Antisistema” y su foto mostraba a un barbudo tatuado, con pose gamberra sacando la lengua (con piercing, por cierto) y actitud de comerte con pan o sin él. No recuerdo el texto literal que acompañaba a la foto pero era algo como “¿buena persona? nooooo, soy un cabrón muy malo“. Me quedé pillada de esa foto. El tipo tenía pinta de ser un golfo divertido, parecía el típico aficionado al trash metal de pelo largo y envergadura de armario ropero. “Es mono -pensé entonces- aunque menudo personaje”. Y no me equivoqué, lo era. Lo es.


Chateamos poco, la verdad, lo suficiente para caernos bien y reirnos. En esa época yo ya estaba algo curada de espantos y tenía bastante comprobado que la realidad siempre supera a la ficción -para bien y para mal- y prefería el directo, que ése no engaña a nadie. Así que, al poco, fijamos una cita justo para cuando yo volviera de un mini-viaje a Oporto, al que un colega de infancia me había invitado para quitarme la depre post-separación. Fue un viaje precioso pero extenuante. Al cabo de unos días, cuando aterricé en Barcelona, mis caderas lloraban recordando esos kilómetros de cuestas empedradas, persiguiendo al trote a mi amigo (nunca viajéis con gays adictos a las antigüedades, tienen pilas alcalinas y cero empatía con la debilidad ajena. Cuando pides clemencia solamente recibes miradas de censura y alusiones a tus excesos cárnicos en la retaguardia. Son mala gente).
El caso es que el día en el que Vikingo y yo habíamos quedado (el día siguiente de mi llegada) amanecí con cansancio extremo y agujetas hasta en el alma. Y el día tampoco acompañaba, un tormentón con su correspondiente aparato eléctrico de cojones, tenía a Barcelona medio inundada y sin visos de amainar. En resumen, un día de perros. Estupendo todo.

Soy una tía adulta y bastante prudente, y nunca había hecho nada semejante. Pero ese día envié un whatsapp a un hombre al que jamás había visto, para decirle que estaba muerta, que además llovía a mares y que no tenía ganas de salir de casa. Que si quería, viniera él y le invitaba a un café. Y dijo que sí, el muy tunante. Podría haberse tratado de un psicópata asesino, un secuestrador o un testigo de Jehová, pero tenía tal ataque de pereza que ni lo pensé. Y al cabo de una hora, este absoluto desconocido estaba debajo de mi casa esperando a que le abriera la puerta del parking. Bajé con el mando y le abrí apresuradamente y sin mirar mucho -para no mojarme-, le señalé con la mano la zona donde aparcar y esperé.

Cuando vi salir del coche a ese pedazo de hombre me quedé con el culo torcío. Si le llamo vikingo es porque realmente lo parece. Se abrió la puerta y vi aparecer a un grandote de metro ochentaypico y más de 100 kg., greñudo, medio rubio, barbudo, ojos azules, barrigota y vestido con una camisa de leñador sin mangas, que dejaba ver un par de enormes brazos tatuados hasta el último milímetro. La foto, en esta ocasión, no engañaba nada. Maremeua, quin tros d’home, pensé. Dos besos. Olía muy bien y no me miraba a la cara mientras subíamos en el ascensor, parecía un poco cortado. Yo miraba esos brazos sin dar crédito, ahí había desde indias nativas americanas hasta lápidas y calaveras. Llegamos a casa y me puse a hacer café, advirtiéndole que mis cafés son peores que los purgantes de un hospital (cocino bien pero no me apaño con la Oroley, qué puedo decir. Queredme así). Le ofrecí mejor una cerveza pero sonrió y dijo “yo no bebo ni fumo. Un café, que seguro que no hay para tanto”. Jajaja, no jodas que tampoco te gusta el heavy, le dije pensando que bromeaba … “pues no mucho, la verdad es que soy más de rumba, el heavy es mi hijo”. Levanté la vista asombrada mientras me peleaba con la puta cafetera y sí, ¡lo decía en serio!. Para que te fíes de las apariencias. Resulta que este hombre, con pinta de beberse las jarras de cerveza de tres en tres mientras escucha a Sepultura, ni bebe, ni fuma, ni tan siquiera le gusta medicarse. Y encima es separado y papá amantísimo de dos churumbeles. 

Tú no bebes pero yo sí. Estaba agotada pero el tequila siempre ayuda. Me serví un chupito de Cuervo reposado mientras observaba divertida cómo el pobre intentaba tomarse aquel mejunje negro que le había servido. “Tenías razón, esto está malísimo jajaja”. Estabas avisado, nene, no me hagas sentir mal, y así siguió la conversación entre risas y algún que otro Cuervo, hasta que en un momento dado, me levanté para ir a la cocina y le sorprendí mirándome el culo de reojo. Y no me preguntéis cómo, fue esa mirada, o la hormona, ¡o el tequila!, ¡sí, seguro, tuvo que ser el tequila!, porque al volver, sabe Dios porqué, me vine arriba y en un impulso acerqué con las manos su cara a la mía y le planté un beso en la boca. El Sr. Cuervo es muy cariñoso, qué pasa.

En su favor diré que la cara de sorpresa le duró poco, aunque por un instante puso ojos como platos. Mi arrebato de cariño podría haberse quedado en eso, un simple arrumaco, pero sin saberlo, desaté la tempestad. Y ya todo pasó muy deprisa, apenas pude darme cuenta. Se levantó de la silla como si le hubiera saltado un resorte y me arrambló contra la pared mientras me besaba y me sujetaba por las muñecas. Y en un momento dado, me levantó y me llevó en volandas a la habitación. Sí, como en las películas. Lo juro. 

Un tío que me levante a pulso con esta pasmosa facilidad, ya tiene a mi mona interna muy ganada. Si encima besa bien, la mona, y yo con ella, nos rendimos absolutamente. En menos de una hora habíamos pasado de mirar el suelo del ascensor, a estar encima de mi cama en un torbellino de saliva y prendas de ropa que volaban por los aires (me rompió un tirante de la camiseta, por cierto). Y ese hombre era -es- muy grande. Vikingo. Todo él. Sé que me entendéis. Resultó ser una bestia parda, yo nunca había visto nada semejante, hace con su cuerpo lo que quiere y sobretodo hace con TU cuerpo lo que ÉL quiere. Y cuando ÉL quiere. Le pone el control. Su juego es no permitir que llegues al final, justo cuando estás más arrebatada y a punto de caramelo … se detiene, se separa y te observa. Le gustan el sudor y las caras de batalla. O te cambia de posición como quién le da la vuelta a la tortilla. Nonono, por favor, no pares ahora, joder. “Aún no”. En el momento es desesperante, aunque reconozco que este juego suyo de dominación, desemboca en una espiral de excitación continuada y ascendente tan total, que cuando culmina -siempre que él considere que ya es el momento- la explosión es enorme y te deja temblando. Literalmente. 

Conseguí recuperarme y recobrar el aliento. Qué barbaridad. Le miré y parecía que viniera de un estanque calmo y silencioso, ni un temblor. Es algo que me flipa mucho de él. Luego estuvimos hablando y me explicó un montón de marcianadas que me hicieron morir de risa (es un tipo muy gracioso aunque no es nada consciente de ello. Cosa que es más graciosa, si cabe). Entre ellas que tiene un historial que ríete tú de Tony Soprano, que pide dos menús cada vez que va a comer o que ganó el campeonato de Europa de Lucha de brazos porque pasó por delante, se puso chulo para inscribirse y acabó ganando a peña que llevaba meses entrenando. Lo dicho: una bestia parda.

En un momento dado, se dio cuenta de la hora y se fue volando a buscar a sus hijos. Al rato me envió un whatsapp “ya he llegado Caperucita. Me lo he pasado bomba y espero repetir. Creo que somos sexualmente compatibles. Firmado: Sr. Feroz”.

Ni que lo jures, nene.

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